martes

SOLITA


Cuando miro a esa niñita
que caminando solita
va y se llega hasta la ermita
donde dormita su madre,
y deposita unas flores
junto al patio de dolores,
donde no llegan clamores,
donde todo es soledad,
mi corazón, que no ha muerto,
que aún permanece despierto
con su poco de verdad,
grita: "niña, ven conmigo,
que yo quiero ser tu amigo
y llenar tu soledad".
Cuando posa su mirada
tan débil y tan cansada,
tan sufrida y tan callada
y que nunca vi llorando,
cuando sus ojos me miran,
cuando sus labios suspiran
parece que solo aspira
a un poquito de piedad,
me salta en el pecho el alma
y se llena con su calma
y con su serenidad,
grito: "niña, ven conmigo,
que yo quiero ser tu amigo
y llenar tu soledad".
Cuando camina serena
sobre la playa, en la arena,
cuando al mar mira la nena
y quizá piense en su padre,
que un buen día, en los reflejos
de la mar, partió a lo lejos,
y perdiose en los espejos
deslumbrantes de la mar,
abandonando aquel faro
y dejando al desamparo
dos mujeres y un hogar,
grito: "niña, ven conmigo,
que yo quiero ser tu amigo,
y llenar tu soledad".
Mas de nuevo he comprendido
que a mi niña yo he perdido,
que en su pecho no hay olvido
para quien se fue sin ella,
y cuando salgo del puerto
y me adentro en mar abierto,
ahora sí que siento muerto,
muerto y frío el corazón;
aún vuelvo a mirar atrás,
aun vuelvo a gritar: "jamás,
yo jamás te he de olvidar,
y a gritar "vente conmigo
que yo quiero ser tu amigo
y llenar tu soledad".
y a gritar "vente conmigo
que yo quiero ser tu amigo
y llenar tu soledad".

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